Siempre emprendí en paralelo, mientras era empleada.
Hasta el 2018, que me echaron. Estaba trabajando como diseñadora en una empresa a la que le había entregado mucho de mí. Era un PyMe, y me habían contratado para crear una marca de calzado, desde cero. Como en toda PyMe, todos hacemos todo: aprendí como montar una empresa en el rubro. Fui desde la idea hasta el producto, pasando por procesos administrativos, de desarrollo y productivos hasta involucrarme con el marketing y el sector comercial. Aporté a tal punto que mis planillas de Excel hicieron de base del sistema de gestión que siguen usando hoy en día.
Cuando deciden desvincularme, te confieso, lo estaba deseando: no sentía que alguien estuviera valorando todo mi aporte; ni a nivel motivacional, ni a nivel dinero.
Lo que obtuve de la indemnización fue mi soporte para montar mi propio proyecto. Al fin iba a poder lanzar mi propio negocio!
Pero no todo fue como esperaba.
Arranqué con serios problemas de autoestima y, en vez de salir con toda mi artillería pesada, me dediqué a hacer arreglos de ropas. Lo podés creer? Una diseñadora con 10 años de experiencia arreglando ropas?
Sin ánimos de desmerecer, no? Peero, claramente, había cosas en mi interior que no estaban muy bien elaboradas. Por suerte, estaba estudiando coaching, y aprendí muchas cosas de mi ser que me ayudaron a tomar consciencia de mi real valor, como persona y como profesional.
En el camino, pasó de todo.
Lo más interesante fue que me encontré ayudando a muchas mujeres a aumentar los ingresos de sus emprendimientos, con recursos que yo misma tenía y no sabía cuan valiosos eran.
Y así fue como decidí echar toda la carne al asador y poner mis conocimientos a disposición de todas esas mujeres que, como yo, quieren vivir de algo que les de ganas de salir de la cama cada mañana.
Me cansé de que nos digan cómo tenemos que hacer las cosas. De que el valor de nuestro tiempo y de nuestras habilidades esté determinado por alguien más.